2. Valle de Chalco: migrantes indígenas y urbanos

Caminando por la ribera plana y pantanosa del Lago de Chalco me encontré con una adolescente trepada en la pared de su casa. Sostenía cables en las manos para conectar un llamado diablito a los cables de la calle para colgarse de la electricidad. Un niño con una bicicleta la esperaba abajo, en la calle sin pavimentar. La belleza de la niña era asombrosa, como una Sofia Loren joven; de pronto me sentí en una película de Fellini, en un cuento de hadas con niñas, paredes, cables de electricidad y pantanos. Su madre salió de su casa. Ella en cambio era la mujer más fea que he visto en la vida, tenía boca de sapo y cara ancha. Pese a esto, el parecido entre madre e hija era evidente, sólo las distinguía la edad. El pantano parecía atraer la aglomeración de casuchas hechas de cartón y acero corrugado. Al verlas de cerca, me di cuenta de que muchas eran bodegas y no viviendas. Las calles enlodadas en torno a las casas, llenas de charcos y maleza, creaban un ambiente mugriento. En la base de las torres eléctricas se formaban espacios abiertos muy vastos cubiertos por matorrales y pasto. La madre de la niña me contó que hacía un par de días habían encontrado un cuerpo en la esquina. Al comenzar el viaje, un taxista me contó que quizá Valle de Chalco era el sitio más peligroso que conocía. En retrospectiva, no creo que fuera verdad, pero en ese entonces, cuando cayó la noche y me encontré esquivando los charcos y el lodo a un lado de las casas a medio construir, sentí miedo. Fui a una organización de migrantes indígenas. Me habían contado que Valle de Chalco es el municipio en donde se hablan más lenguas debido a que está poblada por migrantes pobres de zonas rurales de todo el país. Quería aprovechar mi estancia para conocer a algunos indígenas. Al caer la noche, llamé a un número que me había dado un amigo. Pregunté por Juan Martínez, pero la secretaria me dijo que no estaba. Seguí caminando por la ribera del lago hacia el centro del municipio, en donde se encontraba la sede de la organización. Anochecía y tenía miedo. El líder indígena Juan Martínez estaba algo perplejo con la llegada de un extranjero a sus oficinas, un edificio de dos pisos que albergaba un café internet en la planta baja y las oficinas en el segundo piso. Martínez tenía pelo negro azabache, era un poco regordete, estaba en la cuarentena y desconfiaba de mí. Me explicó que en todo el mundo, gente como yo, de piel blanca, de países primermundistas, hacía todo lo posible por destruir la vida y cultura de indígenas como él. Esta perspectiva me tomó por sorpresa, aunque tenía que admitir que en cierta escala espacial y temporal, no se equivocaba. Sin embargo, le aseguré que si existía una conspiración general, yo no estaba informado. Un amigo suyo también estaba en la oficina; era un espacio amplio, vacío, con un ventanal que daba al estudio de grabación de una estación de radio indígena. Sacaron el mezcal y me invitaron a tomar. Como me hacían muchas preguntas, me sentí en una entrevista de trabajo bizarra. ¿En dónde vives? ¿Tienes familia? ¿Cómo conociste a tu esposa? ¿Quieres más mezcal? A fin de cuentas era una especie de espía y aventurero torpe asustado por la sola idea de estar en Valle de Chalco.

Después de este preámbulo cordial, el amigo de Juan me acompañó a mi hotel, caminamos por vías de tren desiertas y calles silenciosas. Al día siguiente, hablamos de nuevo en su oficina; esta vez solos. Me contó cómo se había vuelto líder de la organización. Todo comenzó con seis amigos de la región mixe de Oaxaca quienes disfrutaban los bailes indígenas. Juan era contador, una de esas personas peculiares e invaluables que gustan de los formatos y la administración bien organizada. Sugirió que formar una ONG le imprimiría seriedad a su proyecto. Esta fue la coincidencia que inició su carrera. En México, el éxito electoral depende de la negociación con organizaciones populares que representan a grupos con intereses específicos, como los grupos indígenas, ambulantes y transportistas. Lo más común es que las negociaciones entre políticos y organizaciones sean económicas para que estas últimas puedan cumplir con los objetivos de sus miembros. Para que esto suceda, la organización debe estar constituida formalmente. Los depósitos gubernamentales deben hacerse a la cuenta bancaria de alguna asociación, de lo contrario suscitaría sospecha. Se supone que en los noventa no había organizaciones constituidas formalmente en el Valle de Chalco. Como Juan era el único que había llevado a cabo el trámite para conformar una asociación cívica, de repente se encontró con que era líder político. Así se convirtió en la persona designada para conducir negociaciones políticas con migrantes indígenas en el Valle de Chalco, y todo a partir de su interés por el baile y sus habilidades administrativas. Según Juan, ochenta por ciento de la población del Valle de Chalco es indígena, aunque incluso las fuentes más fiables exageran el número de sus seguidores políticos. La razón de ser de las manifestaciones políticas en México es que estas organizaciones populares muestren su tamaño e influencia electoral. Al caminar las calles del Valle de Chalco, con sus bicitaxis, vida nocturna, locales de tatuajes y supermercados, intenté determinar si había rasgos particularmente indígenas en la zona urbana. En la cultura material no encontré ninguno. No hay manera de entrar a una tienda y adivinar que la colonia está habitada por migrantes indígenas de zonas rurales del sur de México. No hay restaurantes típicos. La arquitectura no tiene ningún estilo particular. No hay productos especiales. Quizá el indicador más importante de cultura regional es el uso de la Virgen de Juquila, de Oaxaca, en los nombres de algunas tiendas o como imagen predominante de algún altar. Los indígenas como Juan, sobre todo los provenientes de Oaxaca, están presentes en toda la periferia de la ciudad de México. Venden comida típica mexicana como carnitas o tamales. Visten con ropa occidental. Tienen tatuajes, cortes de pelo modernos y toman Coca-Cola. Y todo se mezcla. Aun así el vínculo con los lugares de origen es fuerte. Con tan sólo un boleto de autobús un vendedor ambulante puede ser miembro de una reunión de ancianos en Chiapas. La historia demográfica de México está compuesta por migraciones indígenas rurales que han viajado a la ciudad en el transcurso de los siglos. Valle de Chalco es la repetición de un tema muy antiguo. Si bien la cultura material desaparece, las estructuras sociales, creencias religiosas y gastronomía no cambian. Aquella noche salí de las oficinas de Juan solo. Ya no tenía miedo, comenzar a entender en dónde estaba había marcado la diferencia. Compré un pollo rostizado en un puesto y le di una mordida; caminé al hotel sosteniendo un muslo de pollo en una bolsa de plástico. Si esta era la peor colonia que encontraría, entonces el viaje sería realizable. Decidí quedarme un día más.