27. Una antorcha en llamas: Nicolás Romero


Circundé los dedos alargados de la reserva Presa de Guadalupe, cuyas aguas profundas inundan las laderas. El río estaba rodeado de casas de campo que se erigían sobre un camino de asfalto bien conservado. Rejas y muros separaban las casas de la carretera. La ladera estaba cubierta de árboles y en la orilla del lago descansaban barcos de recreo. La ribera tenía un aire apacible y refinado. Una vasta presa con canales contenía el flujo del agua. Paseé entre los árboles ornamentales en flor y jardines amplios.
Crucé una cuesta pequeña y todo cambió, los árboles y el lago desaparecieron y en su lugar, filas de casas grises construidas por sus dueños se extendían en el horizonte. En un estacionamiento frente a unas oficinas alguien había montado una tienda de campaña roja. A un lado había camiones llenos de bolsas de cemento. Una mujer joven y regordeta de pelo negro que vestía una gorra de beisbol, camisa polo roja y jeans estaba de pie detrás de una mesa larga organizando la distribución de las bolsas de cemento. En la camisa tenía cosido el logo de una mano cargando una antorcha encendida. Era militante de Antorcha Campesina.
Me acerqué y le conté que estaba en una expedición en el extrarradio de la ciudad y que había visitado muchas colonias de antorchistas: en lo alto de los cerros de Ixtapaluca, en el que algún día fue el lago de Chalco y en Chimalhuacán, donde guardias de seguridad de Antorcha me habían impedido entrar a una de sus colonias. La mujer me miró con una mezcla de orgullo y sospecha. Con cierta arrogancia me explicó lo que solía contarle a los colonos, aunque desconfiada de un extranjero burgués.
El movimiento se había fundado en los setenta. Me relató cómo los militantes de Antorcha Campesina habían abandonado a sus familias. Las parejas habían sido separadas y enviadas a distintas partes del país, los niños se habían criado en internados en Tecomatlán, Puebla, en donde el movimiento tenía su sede. Cada año ahí celebraban sus juegos olímpicos, las Espartacadas. Describió al movimiento como maoístas que intentaban consolidar suficiente poder político en México para lograr una revolución obrera.


En la universidad había participado en grupos de estudio. Muchos de sus compañeros eran hijos de antorchistas y la canalizaron con el movimiento. Abandonó la universidad para estudiar en una escuela normal de maestros en Chimalhuacán. Desde ahí enviaban a los alumnos a colonias urbanas para ayudar a los pobladores a intermediar con las autoridades para conseguir servicios públicos. Si bien muchos colonos no compartían la ideología del movimiento, éste resolvía sus necesidades. La agrupación aún no tenía la fuerza de un verdadero partido laboral y la burguesía no cedería el poder con facilidad. El verdadero partido lo constituía la estructura de liderazgo de la que formaba parte. Se trataba de los soldados que traerían el socialismo y el comunismo al pueblo mexicano.
El objetivo de Antorcha Campesina es cambiar a la clase social en el poder. La joven coordinadora afirmó que la pobreza, el crimen organizado y la educación insuficiente exigían una lucha armada. Mientras la gente en el poder no supiera lo que significa vivir sin agua o drenaje y se enfocaran únicamente en perseguir los intereses de su propia clase, no habría cambios en el país. Sostuvo que el grupo no buscaba satisfacer su propio beneficio, sino el del pueblo. En cumplimiento de su deber político, había sido concejal en Ecatepec y llevaba siete años trabajando como coordinadora. No tenía familia que la distrajera de su trabajo.
La meta de la organización era formar un partido político cuando hubiera reunido miembros suficientes. De momento sólo tenían 1.5 millones afiliados, no era suficiente para constituir una fuerza electoral. Esperaban lograrlo en cinco años, para ello requerían cerca de seis millones miembros. Imaginé a los banqueros y ejecutivos expulsados de sus torres corporativas de acero y cristal ante el vitoreo de las masas.
Al gobierno no le importaba la educación de calidad para la gente y ahí enseñaban poesía y baile. Como líder, organizaba los eventos. El movimiento era más fuerte en el este de la megalópolis, aunque en Nicolás Romero tenían seis colonias: Aquiles Córdova, Wenceslao Victoria, Ampliación Lomas, Crescencio Sánchez, Elsa Córdova Morán y Clara Córdova. Eran nombres de activistas antorchistas asesinados. La historia de la agrupación se podía leer en los mapas de la ciudad.