Los estilos arquitectónicos en la periferia de la ciudad son muy antiguos o muy modernos, oscilan entre la economía de las haciendas y los poblados coloniales a los complejos de viviendas de interés social más recientes; hay pocas variantes. Se podría decir que el extrarradio de la ciudad es una obra sin terminar, por eso en ocasiones parece un sitio en construcción con montículos de escombro y caminos de terracería repletos de baches. Es el caso tanto de las urbanizaciones formales como las informales. Sin embargo, en el caso de las segundas es un rasgo mucho menos claro y podría parecer que las colonias sencillamente están deterioradas cuando en realidad están en construcción. Las colonias construidas por sus propios habitantes están conformadas por una variedad inmensa de edificios. Es raro, pero precisamente la combinación de modelos tan distintos les otorga un aspecto de caos y semejanza.
Complejos de viviendas de interés social: San Buenaventura, Iztapaluca
Los límites de la ciudad de México están plagados de complejos de viviendas de interés social, se trata de fila tras fila de casas idénticas detrás de muros o rejas que revelan una atmósfera de orden suburbano a pequeña escala. Hay dos tipos de complejos: verticales, que consisten en departamentos apilados uno encima del otro, y horizontales, que consisten en casas pequeñas de hasta 64 m2, si no es que menos. Según la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, 25 por ciento de la población del Distrito Federal habita en viviendas de interés social. El porcentaje del Estado de México es incluso mayor. Alguna vez San Buenaventura en Iztapaluca se consideró el complejo de viviendas de interés social más grande de Latinoamérica.
En general, estas casas se adquieren mediante pagos hipotecarios, así que sus habitantes forman parte de la economía formal. Es común que estén ocupadas por familias jóvenes. A medida que van naciendo más niños, la casa va quedando chica. Está prohibido ampliar este tipo de viviendas pues tendría un efecto perjudicial en el aspecto pulcro del complejo. Sin embargo, en las casas de una planta a veces se ignora este requerimiento, y a medida que las ampliaciones van cubriendo la estructura original, los complejos van adquiriendo la apariencia de viviendas construidas de manera irregular. No obstante, es imposible ampliar los edificios de varias plantas. Cuando demasiados niños crecen en una casa muy pequeña, éstos terminan creciendo en las calles y es muy frecuente que en las unidades de interés social no haya actividades ni espacios para los niños.
Los primeros complejos de interés social de la ciudad de México fueron los Miguel Alemán en la delegación Benito Juárez, construidos en 1949, así como los IMSS de Santa Fe de 1958, ambos obra del arquitecto Mario Pani. Cuando se erigieron, los dos se ubicaban en la periferia de la ciudad, lo cual demuestra la tendencia de dichos complejos de emplear la economía de escala para construir fuera de la ciudad.
La unidad San Buenaventura en Iztapaluca se encuentra muy al oriente de la megalópolis. El traslado a la ciudad de México, en donde se encuentran los trabajos, toma cerca de dos horas y media. Estas distancias tan vastas implican que los jefes de familia se encuentren permanentemente trabajando o en el tráfico. Dichas condiciones han llevado al gobierno a prohibir la construcción de unidades de interés social tan lejos del centro, lo cual supuso un golpe duro para desarrollistas que ya habían invertido sumas considerables en terrenos más allá del extrarradio.
Arquitectura colonial—Tepotzotlán
Durante la época colonial, la ciudad se expandió del islote de Tenochtitlan a los bordes del lago. Se puede identificar cuando la ciudad vuelve a alcanzar las orillas del lago en donde se ubicaban asentamientos indígenas a partir de los nombres de antiguos poblados: Iztapalapa, Coyoacán, Tlalnepantla, Azcapotzalco. Iztapalapa nunca podría ubicarse dentro de la delegación Benito Juárez porque el lago cubría la Benito Juárez antes de la llegada de los conquistadores.
En los límites de la ciudad, rodeados por la megalópolis, no es raro encontrar una iglesia colonial antigua y una plaza con un kiosco. Una de las más famosas es el convento de San Francisco Javier en la plaza municipal de Tepotzotlán. Para los obreros indígenas que trabajaban la cantera, acostumbrados a emplear herramientas de piedra sobre piedra volcánica dura, el uso de herramientas de metal que acompañó la conquista española fue una revelación. Con ellas, cortar piedra era como cortar mantequilla. Esta exuberancia y comodidad están presentes en las espirales barrocas de la fachada churrigueresca de Tepotzotlán.
La estructura básica de un poblado o colonia se compone por el mercado, la iglesia, la plaza y los edificios municipales. Se pueden identificar los municipios nuevos, fundados en las orillas deshabitadas del lago, como Ciudad Nezahualcóyotl y Valle de Chalco, precisamente porque los edificios municipales y la plaza no están rematados por una iglesia.
Una de las características principales de la construcción colonial es el aspecto de fortaleza de los edificios, cada uno pensado para resistir un ataque. De algún modo, este estilo parece tener cierta continuidad peculiar. Si bien en las casas del siglo xx en las colonias suburbanas de clase media alta, uno se encuentra con jardines frontales, no es el caso en las zonas coloniales de la ciudad o en las viviendas construidas por los propios habitantes de la periferia. Una constante en la construcción mexicana es la fachada erigida contra la banqueta.
Viviendas informales
Cerca de sesenta por ciento de la construcción en México es informal o irregular, es decir, ha violado el reglamento de alguna manera. De este porcentaje, una porción importante la constituyen las casas construidas por sus habitantes en las colonias del extrarradio. Estas casas pueden ser desde chozas a castillos. Es inevitable que permanezcan en construcción por siempre, de sus techos sobresalen barras de acero, las cuales serán la base de la nueva construcción. En ocasiones se colocan botellas de plástico vacías en las barras, se dice que para evitar los rayos.
El efecto acumulativo de este individualismo a medio construir —en especial cuando se trata de obras públicas mediocres, caminos de terracería, tuberías rotas, telarañas conformadas por cables de electricidad, banquetas rotas, etcétera— es el caos. El hecho de que los tabiques que se emplean en la construcción sean porosos y por lo tanto, pintarlos sea costoso, no ayuda al aspecto de estas colonias.
Estas casas empiezan por ser carpas, después se convierten en casuchas y en el curso de veinte o treinta años, terminan siendo estructuras de ladrillo de hasta cuatro plantas que albergan familias extendidas y numerosas. Los pilares de la construcción informal son el tanque de agua y la fosa séptica, los cuales posibilitan la independencia pues se puede recurrir a los servicios de las pipas de agua para llenar los primeros. Con suerte, en el futuro un sistema de recolección de agua también sea parte de esta organización.
Cada habitación o planta que se añada a una casa incrementa su valor, de modo que la construcción puede incluso considerarse una forma de ahorro, aunque parece que las casas construidas por sus propios residentes, ubicadas en asentamientos irregulares, no se venden con frecuencia, por lo general debido a la irregularidad de las escrituras. Además las personas se encariñan con una casa que han construido ellas mismas, como si ésta fuera parte de ellas. En muchos sentidos, la casa es el símbolo del éxito: demuestra qué tanto se han superado los inicios humildes.
Las colonias informales verdaderamente tristes no son las casuchas de cartón ni las de una planta, sino las casas de tres pisos en colonias de mala ubicación en donde las casas han dejado de crecer y no hay oportunidades.
Construcción corporativa: Santa Fe
Sante Fe se construyó en canteras antiguas que a su vez se convirtieron en basureros. Los corporativos multinacionales son responsables de su desarrollo. La fortaleza corporativa en las montañas entre la ciudad de México y Toluca está construida por ellos y para ellos. Si hay un lugar en la ciudad que refleje el alma corporativa, para bien o para mal, es este. Santa Fe fue un negocio de bienes raíces sumamente rentable: se construyó sobre un basurero inmenso y ahora alberga las oficinas más caras de México. Su sustentabilidad a largo plazo aún se desconoce. Sorprende lo sencillo que es hablar con personas que odian ir a Santa Fe. A veces parece que todo mundo lo detesta. No es práctico, su poder es simbólico y esa es su esencia.
Los rascacielos construidos en barrancos o cimas forman una presencia imponente entre los árboles y los valles. Es impresionante la arquitectura de edificios como las galardonadas oficinas corporativas de mármol de Grupo Bimbo. Sin embargo, quizá no sorprende que las banquetas y los espacios públicos estén descuidados o no sean prominentes. Llegar a Santa Fe es difícil y moverse ahí dentro sin coche es prácticamente imposible. La experiencia de Santa Fe parte de la filosofía de una comunidad cerrada de la que nunca se tiene que salir: tiene las tiendas y los restaurantes más sofisticados de la ciudad, el centro comercial más grande de América Latina, departamentos modernistas y desde luego las oficinas centrales de los corporativos más prestigiosos. Al final da la impresión de que el éxito momentáneo de Santa Fe parece estar más motivado por el símbolo de poder que por sus fines prácticos.
Hoy en día la construcción de una identidad personal a partir de marcas prima sobre la expresión individual. Esta identidad reside en dejarse ver por los demás, en las apariencias. Pretender ser más de lo que eres es parte del juego. Y si la gestión de tu maca se observa de cerca, brinda un aspecto de falsedad. Ese es el problema de Santa Fe. Desde la distancia todo parece magnífico. Pero al ver de cerca las plantas del lobby, uno se da cuenta de que son de plástico o que lo que parece madera, en realidad es plástico. Los espacios entre los edificios que aparentan ser parques, no funcionan como tal. Nadie utiliza las banquetas, están descuidadas. Según un especialista, es poco probable que la ocupación de los departamentos en Santa Fe se acerque a las cifras oficiales. Los edificios de Santa Fe no son oficinas ni espacios residenciales, son símbolos de estatus, lo único que es lo que dice ser es el centro comercial.
Hoy en día la construcción de una identidad personal a partir de marcas prima sobre la expresión individual. Esta identidad reside en dejarse ver por los demás, en las apariencias. Pretender ser más de lo que eres es parte del juego. Y si la gestión de tu maca se observa de cerca, brinda un aspecto de falsedad. Ese es el problema de Santa Fe. Desde la distancia todo parece magnífico. Pero al ver de cerca las plantas del lobby, uno se da cuenta de que son de plástico o que lo que parece madera, en realidad es plástico. Los espacios entre los edificios que aparentan ser parques, no funcionan como tal. Nadie utiliza las banquetas, están descuidadas. Según un especialista, es poco probable que la ocupación de los departamentos en Santa Fe se acerque a las cifras oficiales. Los edificios de Santa Fe no son oficinas ni espacios residenciales, son símbolos de estatus, lo único que es lo que dice ser es el centro comercial.
Comunidades cercadas: Bosque Real
Las comunidades de lujo cercadas están casi completamente ausentes del paisaje este de la megalópolis. Acozac, un campo de golf en Iztapaluca a cuyo costado descansa una pirámide, es un ejemplo de gama baja en el perímetro este de la ciudad. Desde Acozac hacia el norte, la siguiente colonia de lujo está en Coacalco. En ese sentido, el este de la ciudad tiene una dinámica de desarrollo muy distinta a la del oeste, en donde los desarrollos de lujo son bastante comunes en la periferia, empezando por el Condado de Sayavedra, al sur de Santa Fe.
Es evidente que tanto en el este como en el oeste de la megalópolis hay gente adinerada. Sin embargo, la riqueza del este no se traduce en viviendas de lujo, más bien, las casas individuales pueden expandirse y volverse muy elaboradas, a la vez que retienen ciertos rasgos del estilo de las viviendas que construyen sus propietarios. No parece haber presencia arquitectónica. O quizá como las mejoras se añaden a estructuras existentes, su mano no es aparente. Los habitantes del este de la ciudad que se enriquecen, no parecen dejar sus colonias.
Las colonias de lujo que descansan en la parte oeste de la ciudad —montañosa, húmeda— están repletas de árboles, calles amplias y sinuosas de asfalto impecable y céspedes muy cuidados. Las rejas de las comunidades de lujo mantienen a la gente dentro y fuera. Si prevalece un temor extraordinario entre los que tienen todo que perder, es el miedo al secuestro. Los muros son anuncios. Las rejas sugieren que fuera es peligroso. Su sola existencia proclama su necesidad y su valor. No obstante, precisamente estas precauciones convierten las comunidades de lujo en cárceles al aire libre bastante agradables. Las propias casas son fortalezas rodeadas por muros muy altos.
Sin embargo, las calles dentro están desiertas. Como los complejos tienden a ser puramente residenciales, pueden ser aburridos, lo único que se puede hacer es ir al centro comercial, a la iglesia o al club con su campo de golf. Ninguna de estas actividades es particularmente emocionante, aunque sí otorgan una sensación de comunidad refinada y constituyen un sitio para hacer negocios. Los campos de golf son el territorio preferido de vendedores de todo tipo para acosar a los miembros, los primeros consideran las tarifas elevadas de las membresías inversiones que brindan respetabilidad instantánea. Incluso detrás de las rejas hay lobos.